LAHORE, CAPITAL CULTURAL DE PAKISTÁN

El recorrido por la ruta desde Islamabad, capital burocrática de Pakistán, hasta Lahore lleva poco más de tres horas, en un trayecto de 260 kilómetros a través de una ruta tranquila y con varias curvas en su primera parte en la que se pueden apreciar unas ondulaciones suaves en una zona donde se erigen unas pintorescas montañas de minas de sal. Varios mercados pequeños al costado de una autopista segura y sin baches pronunciados. Ya cerca de la capital cultural y académica del país, el tráfico se vuelve pesado y mucho más intenso en la periferia de la ciudad.

Aunque me habían anticipado que esta urbe de 11 millones de habitantes es una de las más contaminadas del mundo, un poco por debajo de Nueva Delhi, lo que más me llamó la atención a poco de llegar es la conjunción poco armoniosa entre los magníficos monumentos y el caos que rodea a los mercados de la zona céntrica, donde una enorme masa de gente con sus animales a cuestas deambula por las calles haciendo casi imposible llegar a destino en un tiempo prudencial.

Lahore es conocida por la impactante arquitectura mogola, con mezquitas impresionantes y templos diversos, pero también por sus bulliciosos bazares, sus jardines, modernos centros comerciales y restaurantes para todos los gustos. Acaso una de las principales atracciones es la ciudad amurallada, la parte más antigua de esta enmarañada, aunque encantadora metrópoli. Para cualquier visitante que llega a Lahore, resulta imprescindible explorar este sector de la ciudad vieja por su mezcla de monumentos históricos y callejuelas laterales angostas con negocios para todos los gustos. Para llegar, tuvimos que superar una congestión vehicular provocada por la presencia de un grupo de cabras que cruzaban con suma pereza sin tomar nota de las bocinas.

La arquitectura mogola que inspira las construcciones de Lahore fue desarrollada varios siglos atrás por dinastías musulmanas y representa una amalgama de arte islámico, persa, turco e indio, que incluye cúpulas redondeadas, grandes puertas abovedadas, enormes pasillos y una delicada ornamentación.

Tal vez la muestra más relevante de ese memorable pasado es la majestuosa mezquita de Badshahi, construida en la segunda mitad del siglo XVII, con unas puertas que alcanzan los 20 metros de altura. Su amplio patio del tamaño de una gran plaza puede reunir a miles de fieles mientras que la cámara para la oración está coronada por tres grandes cúpulas de mármol blanco, cuyo color adquiere una tonalidad casi mágica si se visita a la luz del amanecer o incluso antes de que se ponga el sol.

Para apreciar la imponencia de este templo, es conveniente tomar al menos un par de horas. En mi caso, el apacible clima del otoño contribuyó a que fuera una experiencia agradable ya que, en los meses de verano, con temperaturas que pueden superar los 40 grados centígrados, los visitantes -obligados a descalzarse para entrar en el edificio religioso- pueden sacar ampollas en los pies por el calor ardiente del pavimento. En esta época del año, conviene recorrerlo de noche.

Pero la mezquita no es la única atracción en ese sector antiguo de Lahore, sino que junto al templo se encuentra el fuerte de la ciudad, una de las construcciones mogolas más cautivadoras del país, edificado en ladrillo rojo y mármol, con numerosos frescos de impronta hindú y azulejos de origen persa. Es recomendable recorrer el fuerte con un guía de turismo para poder apreciar la magnífica historia del sitio y descubrir el encanto de estructuras arquitectónicas como el Shish Mahal, también conocido como el palacio de los espejos por su decoración de mosaicos acabados con espejos convexos.

Todo muy bien hasta acá, pero sin duda, el plato fuerte del viaje, lo más destacado, fue la visita a Data Darbar (el Santuario de Syed Ali Bin Osman Al Hajvery, el santo patrón de Lahore, conocido como Data Ganj Bakhsh), uno de los templos musulmanes más importantes, antiguos y vibrantes del sur de Asia. En Lahore se celebran las festividades de los santos sufíes que vinieron a residir aquí y fueron enterrados en la ciudad. En este santuario, los fieles sufíes, corriente mística del islam, también escuchan todas las semanas el “qawali”, una forma muy popular de música religiosa.

La visita fue de noche y guiada por el director de la Fundación de la Prensa Pakistaní Owais Aslam Ali (una figura reconocida por su defensa de la libertad de prensa en un ambiente complejo y peligroso), quien anticipó que se trataría de una experiencia única e inolvidable. Y tenía toda la razón. Hicimos una fila para ingresar, nos descalzamos y cuando estábamos por entrar al santuario una persona en la entrada me detuvo el paso para palpar con minuciosidad la zona del abdomen. No debería haberme sorprendido: esto es costumbre luego de varios atentados explosivos -el ultimo ocurrió en mayo de 2019-, cuando un atacante suicida detonó un cinturón de dinamita y mató a diez personas, hiriendo a 24, en el segundo día de ramadán (mes de ayuno sagrado musulmán). Desde un atentado previo en 2010, cuando unos kamikazes suicidas asesinaron a 40 personas, la seguridad ha sido reforzada, aunque a mí me dio la impresión de que, si alguien hubiera querido hacer daño esa noche, mucho trabajo no le hubiese costado…

Para los talibanes en Pakistán, entre otros grupos extremistas, el santuario sufí más grande del subcontinente es un blanco codiciado en su objetivo de sembrar terror ya que atrae a miles de fieles sufíes por día, proclives a los ataques de fundamentalistas islámicos. ¿Por qué motivo? Así como muchos cristianos protestantes no están de acuerdo con rezar plegarias a través de los santos, algunos musulmanes consideran que los santos sufíes son venerados como ídolos y en consecuencia acusan a los seguidores sufíes de participar en el politeísmo.

En lugar de mostrarse comprensivos y tolerantes con otras creencias, estas organizaciones aprovechan para enviar terroristas suicidas cargados con explosivos para atacar santuarios como el Data Darbar, provocar muertos y propagar el miedo.

Pero volviendo a la experiencia vivida en Lahore, desde el momento en que puse los pies en el santuario, sentí una energía especial y contagiosa que deriva de las multitudes que circulan de manera incesante alrededor de una pequeña tumba situada en el corazón del patio. Allí es posible encontrar una cantidad de devotos musulmanes con las manos extendidas en oración mientras recitan versos hacia la tumba de Al Hajvery. Nacido en Afganistán, Al Hajvery pasó su vida predicando en todo el mundo musulmán, recorriendo ciudades como Bagdad y Damasco antes de finalmente establecerse en Lahore. Ali jugó un papel decisivo en la difusión del islam. Después de su muerte, el mito de su leyenda dice que su tumba conservó muchos de sus milagros y que además posee poderes espirituales.

Como uno de los pocos no musulmanes presentes esa noche, al llegar a la tumba un imán o líder religioso musulmán me recibió atentamente y me colgó un collar de flores en el cuello como gesto de bienvenida a una persona practicante de otra creencia. El lugar es especial incluso para los no creyentes ya que el santuario permite apreciar como cobran vida las tradiciones musulmanas, incluyendo a los músicos que interpretan el “qawali” ante el agrado de los fieles que se mueven al ritmo de la música religiosa.

Otro de los atractivos principales de esta ruidosa ciudad es caminar por los concurridos bazares que, siguiendo la costumbre de otros países musulmanes, se agrupan por el tipo de mercancía que ofrecen. Los vendedores, poco habituados al roce con los turistas extranjeros, despliegan todo tipo de táctica para seducir a los visitantes. En general estos mercados, que son verdaderos laberintos de callejuelas angostas, están sucios y repletos de polvo, ofrecen cientos de puestos variados y están plagados de importaciones baratas, pero también tienen bonitas artesanías elaboradas por los habitantes de Lahore, instrumentos de oro y bronce de todo tipo.

El mercado Libre, que se destaca por ofrecer artículos de más alto nivel y precios por consiguiente más caros, comprende una variedad de boutiques que ofrecen desde bisutería, joyas de plata y oro hasta brazaletes de vidrio en una gran diversidad de colores, telas fabricadas en puro algodón hasta un arcoíris de sedas y telas bordadas con delicada fineza de todos los colores. Este es el lugar para adquirir los tradicionales zapatos de cuero, conocidos como “khussas”, finos chales de pashmina y en el corazón del mercado, artesanías características de todo Pakistán.

Tras visitar los mercados, después de la impactante visita al santuario de Data Darbar, nos dirigimos ya tarde a cenar a la zona de Heera Mandi, también conocida como el “mercado de diamantes”, el barrio rojo más antiguo de Pakistán, donde la vida nocturna comienza a las 11 de la noche y se extiende por lo menos hasta la 1 de la mañana.

Los restaurantes allí son muy frecuentados y ofrecen la deliciosa comida pakistaní, que se caracteriza por una variedad de guisados, condimentados con especies diversas y en general muy picante, y acompañado por el pan “nan”. Entre ellos se destaca el Cuckoo’s Den, que ostenta una espectacular vista de la mezquita de Badshai iluminada por la noche, especialmente cuando uno se sienta en la parte superior del restaurante. En otros tiempos, algunos visitantes solían visitar Heera Mandi en busca de prostitutas, una actividad que es considerada ilegal en Pakistán.

Lejos de ser un destino que atrae a un gran número de turistas al año, Lahore es un lugar que se ha convertido, al igual que otras ciudades de Pakistán, en un imán para los visitantes que buscan una modalidad de viaje motivada por la espiritualidad y la devoción de patrimonios de arte religiosos y, en forma paralela, por visitantes curiosos que utilizan los periplos místicos como métodos para explorar un estilo de vida que les permita encontrar la paz y el equilibrio interior.

Periodista argentino radicado hace más de 25 años en el exterior 

Revista Oficial
-

Diseño web CreaWeb