PARTE 1

OLAS DE AUSENCIA

¿DÓNDE NACISTE?

Nací en Carrasco. Mi familia era la típica familia uruguaya de este barrio, la casa a tres cuadras de la playa, íbamos a una jardinera a dos cuadras, lo de miss Aline y la mayoría de mis compañeros serían los mismos después en el British. Fue una infancia normal, hasta que a los 5 años muere mi padre y allí cambia todo.

¿A QUÉ SE DEDICABAN TUS PADRES?

Mi madre era la típica mujer que estaba siempre ahí, haciendo tareas de hogar y acompañando a mi padre.

Mi padre era contador, tenía su estudio y le gustaba el campo. Mi familia siempre estuvo muy vinculada al campo.

¿QUÉ PASÓ?

Todo transcurría normal. Papá tenía 38 años, hacia 11 que se había casado. Junto con mi madre construyeron la casa donde vivimos y donde aún ella vive.

Un día después del trabajó mi padre llamó para avisar que llegaba más tarde y nunca llegó. Al otro día apareció muerto. Nunca se supo cuáles fueron las causas, ni quienes fueron.

Con su muerte, todo lo que se venía construyendo como familia se derrumbó. Nosotros somos 4 hermanos y en aquel entonces el mayor tenía 11 años y la menor 3. Mi madre se tuvo que arremangar y empezar a trabajar en el campo y cuidar de su familia. Nunca la vi quejarse ni llorar.

Los años siguientes fueron muy duros para todos.

¿QUÉ RECUERDOS TE QUEDARON DE TU PADRE?

Te puedo decir que tengo recuerdos muy fuertes de mi padre. Mi madre sigue viviendo en la casa que construyeron juntos y yo me fui de esa casa hace 2 años, me costó muchísimo poder irme de allí. A pesar de que había mucho dolor y que nunca se mencionó la palabra papá, tanto mamá como yo no pudimos despegarnos de esa historia.

Mis hermanos se casaron temprano y yo me fui quedando. Después vino el momento de mi accidente a los 20 años, cuando estaba por despegar y me quede allí, acompañando a mi madre y aferrado a los recuerdos.

Mi padre era colombófilo, en casa teníamos un palomar. Él nos enseñó el oficio y después de su muerte, mi hermano Roberto y yo seguimos con el palomar. Siempre estoy mirando hacia arriba buscando palomas como en aquellas épocas de las carreras los fines de semana, nos pasábamos horas mirando al cielo a ver cuándo esa paloma llegaba del lugar de la suelta. Las palomas se sueltan en distintos lugares y siempre vuelven al palomar que es su casita.

Cuando voy a lo de mi madre a veces me siento en el jardín a mirar el cielo y cuando aparece alguna paloma en seguida la identifico con mi padre. Es lo que me une a él, el decir “viejo, sé que estás ahí”.

La ONG El Palomar se llama así en memoria a él y sé que desde donde está nos está ayudando con esta obra.

Parte 2

REBELDE CON CAUSA

¿A QUÉ COLEGIO FUISTE? ¿DE QUÉ GENERACIÓN SOS? ¿COMPAÑERO DE QUIÉN?

Fui al British, soy generación 1973. La generación del Manga (Luis Lacalle Pou), Tato (Santiago) de Posadas, pero como soy de febrero, estaba con los 1972. Sapa (Santiago) Hardoy, Juanma (Juan Manuel) Gutiérrez, Nacho (Ignacio) Paullier, Adolfo Albanell, John Davies, … toda gente que sigo viendo y con los cuales viajamos para festejar nuestros 50 años. Un lindo grupo de amigos que me han apoyado siempre, me cuidan. Son los amigos de la vida que por más que después vas haciendo otros amigos, los incondicionales son los que conociste de chiquito.

¿QUÉ RECUERDOS TENES DE LA ÉPOCA DEL COLEGIO?

La etapa del colegio en primaria fue difícil para mí. Supongo que no me echaban porque conocían mi historia y me querían ayudar. Fue una etapa de rebeldía total. Estaba peleado con la vida. Vivía en la Dirección, me suspendían (suspention/detention) y me mandaban en taxi a casa.

Hasta que un día cuando teníamos 9 años, echan del colegio a un amigo, Nicolás Ameglio. Me tendrían que haber echado a mí, pero lo terminan echando a Nico.

Ahí cambié. Me sentí responsable por eso. Había perjudicado a un amigo. Hice un click, empecé a estudiar, a ser responsable, me nombraron Captain the Jones, llevé la bandera, me empecé a destacar en los deportes, me involucré totalmente con el colegio y pasé lindos momentos.

También me costó horrores dejar el Colegio, ir a una Universidad pública. Uno muchas veces no se da cuenta cuando está acá, de las comodidades que tiene y de lo lindo que es esto.

¿CÓMO FUE TU JUVENTUD Y ADOLESCENCIA?

A pesar de haber nacido en Carrasco y de haber estado toda mi vida aquí, tenía algo de “calle”. Mi madre se iba a trabajar al campo varios días al mes y nosotros quedábamos a cargo de la empleada, el jardinero, el carpintero, quienes me contaban cosas sobre lugares que pasaban fuera del barrio. A los 10 años la curiosidad pudo más y me tomé el 306 y me fui a recorrer Montevideo. Era otro mundo para mí. Fue la primera vez que vi un barrio carenciado, la avenida 18 de Julio. También a los 10 años decidí averiguar por qué mi padre no volvía y acompañado por un policía fuimos a la Biblioteca Nacional y pedimos todos los recortes de los diarios de la época. Y cuando los tuve delante, recién ahí comprendí que mi padre no iba a volver, que no lo iba a ver más, no quise leer esos diarios y me fui.

A partir de allí comenzó otra etapa dolorosa, me acuerdo que me daba mucha vergüenza en el colegio cuando me mandaban algo para firmar por los padres. Papá no estaba y mamá en el campo, falsificaba la firma o le pedía a la señora que nos cuidaba que firmara como si fuera mamá.

Después sentí la ausencia de mi padre también cuando tuve que decidir mi carrera, o cuando precisaba algún consejo sentimental. Mi madre fue fantástica, pero hay veces que uno precisa la presencia y la charla con su padre. Hasta el día de hoy lo extraño.

PARTE 3

EN BUSCA DE LA FELICIDAD

UNA VEZ QUE LOGRAS DAR VUELTA ESA PÁGINA Y DE ALGUNA MANERA SUPERAR LA MUERTE DE TU PADRE, ¿CÓMO SIGUIÓ TU VIDA?

Buena pregunta. En aquel momento me volqué mucho al estudio, al deporte y no tanto a los amigos. Me gustaba estar en mi casa, acompañar a mi madre. Me decían “el jubilado”. Me gustaba mucho la jardinería, la carpintería. Me encerré mucho en ese escritorio donde mi padre trabajaba. Mis amigos me venían a buscar, pero no era de salir mucho. No me gustaba salir y eso pasó te diría, hasta los 18 años. Fueron años de mucha introspección, de muchas preguntas sin respuesta. No lo podía hablar con mi madre porque la veía lastimada y tampoco con mis hermanos, porque ellos decidieron no hablar del tema nunca más.

La cuestión que esa época de las fiestitas me la perdí. Yo estaba en otra.

¿CÓMO FUE TU JUVENTUD, LOS DEPORTES, LOS AMIGOS, LAS PRIMERAS NOVIAS…?

Yo tenía un grupo en aquel entonces Roy Davies, Adrián Maistegui, Ignacio Pons, era un grupo tranquilo, nos juntábamos a ver algún video, un asadito. Había después otros grupos de amigos, por decirlo de alguna manera, el “grupo 2” donde estaba Nacho (Ignacio) Paullier, Juanma, Adolfo y Troco que siempre me llamaba y me invitaba a salir. Nuestras madres eran amigas. Después había otro grupo donde estaba Santiago Hardoy, también nuestras familias eran amigas.

Tenía amigos de muchos grupos distintos.

¿ERAS DEPORTISTA? ¿QUÉ DEPORTES TE GUSTABAN Y CUALES PRACTICASTE?

Me encantaba correr. Siempre ganaba los Cross country en el colegio. Era bueno en carreras cortas: 100 y 400 metros, el atletismo era lo que más me gustaba hacer y fue lo que más extrañé después, cuando me accidenté y no pude volver a correr. Hasta el día de hoy cuando vengo por la rambla y veo gente corriendo, miro mi herida de reojo y lamento no poder hacerlo. Pero hoy tengo herramientas para ver lo bueno de ese momento. También llegué a competir en ADIC y hasta me di el lujo de correr una final de 100 metros.

También era bueno en salto largo, pero no me gustaba, bala era espantoso, salto en alto también, fútbol era malo y en rugby me defendía. Era grandote, tenía fuerza. Jugué de pilar, de segunda línea y hasta llegué a jugar de tercera y de wing, pero me daba pereza tacklear y era medio manteca con las manos.

 

¿CÓMO ERA EL RUGBY DEL COLEGIO EN ESA EPOCA?

En aquel entonces era un poquito más importante que el fútbol, nos lo imponían de chicos y lo hacíamos por inercia. Se manejaba entre grupos de amigos, tenías que tratar de acoplarte. Un año el colegio trajo un preparador físico inglés (Mr. Taylor), un fenómeno. Me acuerdo de un partido contra el St Andrews de Argentina en Buenos Aires que nos ganaron 70 a 0, una paliza. Este inglés nos hizo entrenar como locos, nunca había entrenado tanto y cuando jugamos la revancha en Montevideo, les ganamos 10 a 0. Fue algo milagroso y lo logramos gracias a ese inglés que se calentaba con nosotros porque éramos muy vagos. El rugby no era ni la sombra de lo que es hoy, no había pesas, íbamos, entrenábamos un poco y jugábamos. De acuerdo a las condiciones innatas que traíamos cada uno, el puesto de que jugábamos. Éramos buenos porque ya de chiquitos veníamos jugando y teníamos algo de técnica. Si lo tengo que resumir, no me enamoré del rugby. Lo tomaba como una materia más del colegio.

¿EN ESA ÉPOCA YA EXISTÍA LA RIVALIDAD CON OCC?

Si. Los días que jugábamos contra ellos era especial, a la hora del almuerzo, le pedíamos a la profesora para que nos deje salir antes, veníamos todos en bici de matones arengándonos, siempre había un par que eran la voz cantante y nos daban manija y si ganábamos al otro día las chicas nos miraban un poco más, nos felicitaban. Disfrutábamos mucho esa rivalidad.

PARTE 4

EL INFIERNO ESTÁ ENCANTADOR

DESCRIBINOS CÓMO FUE EL SÁBADO 23 DE ABRIL DE 1994, DESDE QUE TE LEVANTASTE HASTA EL MINUTO 80 DE AQUEL PARTIDO DE RUGBY JUGADO EN LO QUE HOY ES LA CANCHA 2 DEL COLEGIO Y DEL CLUB.

Voy a contarte lo que pasó desde la noche del 22 que era un viernes, porque es importante. Yo ya no estaba jugando, más allá de algún partido puntual. Después del colegio me había ido de viaje por 3 o 4 meses a Estados Unidos y cuando regresé siempre estaba a la orden, pero no volví a jugar oficialmente, no tenía ningún objetivo con el rugby, aunque siempre estaba entrenando, salía mucho a correr.

Ese viernes 22 de abril me llama Nicolás Aznarez y me dice “¿Me acompañas a Clydes que está mi novia con una amiga cenando?”.

Llegamos a Clydes, nos sentamos en la mesita de afuera que estaba contra la escalera. Había una chica con discapacidad en silla de ruedas que yo no me animaba a mirarla mucho. Como a las 12 de la noche Nico me dice “Bueno, vamos a seguirla en otro boliche”. En esa época estaba El Alma y le respondí “Yo mañana no tengo nada, así que vamos”. Cuando nos subimos al auto le digo “Que difícil debe ser estar en silla de ruedas siendo tan joven, si a mí me pasara eso yo me muero”.

Fuimos a El Alma y nos acostamos a las 3. Me levanté a las 11 o 12 del mediodía del sábado. Me tiré a ver tele en el estar, la típica, un poco de resaca, un poco cansado, esperando el almuerzo y en eso suena el teléfono para avisarme que había un partido contra Cricket a las 2 de la tarde y que les faltaban uno o dos jugadores. Estaba cansado, la verdad que no tenía ganas de ir, pero me insistieron un poco y termine yendo para correr un poco y sacarme esa resaca de la noche.

Jugamos en la cancha que hoy es la R2 del club y del colegio. Empezó el partido y yo arranqué jugando de ala, lo llevé bien el primer tiempo, pero a los 20 del segundo me empecé a cansar y en un momento le digo a Pancho (Francisco) Rodríguez que estaba jugando de wing “Pancho vení a jugar de ala que yo ya no estoy para empujar”. Me formé de wing derecho. No habrán pasado más de 2 o 3 minutos que el full back de Old Boys patea una pelota larga y sale todo el equipo para adelante y yo me quedo atrás. Devuelven la patada y la pelota fue al medio, hacia el ingoal.

Yo salgo a cubrir porque vi que uno de Cricket se había despegado y venía a buscarla. Cuando vi que no llegaba me tiré a cubrirla y al mismo tiempo él la quiso patear. Sentí un golpe en la nuca, un shock eléctrico, un chucho de frío, caí boca abajo y ya no sentí más el cuerpo. Me quise incorporar y fue imposible. Estaba Martín Stefani que enseguida me asistió. “Es algo de columna” me dijo. Llamaron a una ambulancia que llegó bastante rápido. No tenían collarete. Me subieron y me llevaron al Hospital Británico. Me acuerdo de los aplausos cuando me estaban subiendo a la ambulancia, serían las 4 de la tarde.

Era el año 94, recién estaba arrancando la resonancia magnética. Me hicieron una tomografía y ahí vieron que era algo jodido, cervical. Me cortan la camiseta y vi que empezaba a llegar gente, mis hermanos, mi madre estaba de viaje. Me metieron en el tubo para hacer la resonancia y me desmayé y ya no recuerdo más nada.

Me desperté a la noche con un dolor imponente. Tenía un collarete con pesas en mi cabeza para desinflamar la zona. Me dolían las piernas, no las podía mover. Abrí los ojos y vi a un tío y a mi primo y les pedí desesperado que me hagan masajes en las piernas porque no podía más del dolor. Me volví a dormir.

El diagnóstico fueron 2 vertebras rotas, la c4 y c5, con desplazamiento de disco. Se veía en la resonancia el impacto en la médula espinal.

Lo próximo que recuerdo fue despertarme en un CTI, con los tajos de la operación, aparatos, y el pi pi pi de las máquinas. Quise moverme y me di cuenta que seguía igual. Pregunté que me pasó y me dijeron que tuve un accidente de columna. “Ok, pero ¿cuándo voy a poder volver a mover las piernas y los brazos?” “Hay que esperar, tu columna fue seriamente dañada” fue la respuesta.

¿QUÉ FUE LO PRIMERO QUE PENSASTE CUANDO TE DESPERTASTE?

Todo era incertidumbre, contestaciones a medias, vagas. Pero yo en mi inconciencia pensaba que en unos días se me iba a pasar y volvería a mover todo como antes. Los días empezaron a pasar y yo no avanzaba nada.

Tenía 20 años, recién me habían regalado un auto, empezaba a salir con chicas, había dejado atrás esa etapa del Gustavo rebelde… ¿Por qué me pasaba esto? Ya me había pasado lo de mi padre. Y cuando se habían empezado a ir esas nubes, me cayó un chaparrón. Era inexplicable para mí, desconocido. Nadie me hablaba de tiempos. ¿Voy a volver a caminar? Preguntaba continuamente.

¿EN QUÉ MOMENTO DURANTE ESOS PRIMEROS 20 DÍAS TE CAYÓ LA FICHA DE LO QUE TE HABÍA PASADO?

Los Hospitales son otro mundo, es otra vida. Las visitas vienen hasta las 7 de la tarde y después uno queda solo. Imaginate, cuadripléjico, en una cama, hacía una semana estaba jugando en una cancha de rugby y ahora estaba en una cama de hospital sin poder mover nada de mi cuerpo. Las noches eran eternas. Contaba ovejitas como me había enseñado mi madre, eran las mil y no me dormía, tenía que hacer malabares para poder apretar el timbre y llamar al médico o a la enfermera. En aquel entonces no había televisión ni cable en las habitaciones del hospital. Era charla o libros que te leían. Escuchaba radio porque ni siquiera podía leer el diario…y cerrando los ojos tratando de dormir y rezando.

Lo primero que hice fue agarrarme de esa fe en Dios, después me vinieron como flashes de luz en los que traté de meterme y ver las cosas buenas que había hecho en la vida, veía a Gustavo corriendo. Trataba de cargarme la cabeza con imágenes buenas, como quien carga un celular. No quería ver triste a mi madre. Ella ya había tenido suficiente con lo que le había ocurrido. Le pedía a Berni (Bernardo) Acle que me filme. Todo el mundo pensaba que me había vuelto loco, pero yo quería que me graben y esas imágenes las tengo guardadas hasta el día de hoy.

Desde ese lugar le metía, más allá de todo ese dolor y sufrimiento. Empecé a hacer fisioterapia, en aquel momento desconocida para mí. Era un logro poder mover un dedo, cosas tan simples de la vida que ahora no podía hacer y que hasta ese momento no podía hacer. Desde la fe empecé a agarrar coraje y auto convencerme de que si podía. Recuerdo que me decían “tenes que pensar en el futuro” y yo les respondía “No, ¡qué pensar, ya va a haber tiempo para eso, esto es una pelea que recién empieza y le tengo que meter ahora!”. Así fue, hasta que surgió la idea de ir a un centro de rehabilitación.

¿POR QUÉ SE DECIDEN LLEVARTE A TAMPA (USA) A UN CENTRO DE REHABILITACIÓN? ¿ACÁ NO HABÍA NADA DE ESO?

El mes que pasé en el Hospital Británico estuve muy contenido, mimado, pero avanzaba poco. Cuando me hablaron de ir a Estados Unidos yo pensé -con 20 años, claro- “Me voy para allá y en 1 mes estoy caminando, me darán una pastilla, me pondrán algo, pero seguro que salgo caminando…” Si bien sabía lo que estaba pasando, no tenía el cuento total.

Nos fuimos con mi madre, mi hermana menor, un primo que estaba estudiando medicina y una amiga de mi madre.

Cuando llegué a Tampa y entramos al centro, ahí sí que me cayó la ficha. Un montón de personas en silla de ruedas, gente que estaba mucho peor que yo, gente amputada… “a la mierda, que es esto” pensé. Porque si bien yo estaba igual que ellos, no me veía. Acá me estaba viendo a través de otros.  “Esto es Vietnam, estoy bien jodido” …

Era el mediodía. A la hora de haber llegado al centro cayó un médico, como son los americanos fríos, miró la historia y sin vueltas me dijo: – Mirá Gustavo, ya te habrán dicho cual es el diagnóstico de tu accidente, las estadísticas dicen que de acuerdo a lo que te pasó, las probabilidades de volver a caminar son mínimas, pero haremos todo lo posible para rehabilitarte. No sé si sabes lo que es un centro de rehabilitación…

-Si claro- le respondí- es un lugar al que vine para poder volver a caminar.

-No- devolvió el médico fríamente- Es un lugar para trabajar sobre el problema que tenés y tratar de mejorarlo para que logres tu máxima independencia. No sabemos a dónde vamos a llegar, pero te reitero que es muy difícil que puedas volver a caminar.

Cuando el medico se fue me puse a llorar desconsoladamente, la miré a mi madre y le dije “pero mamá, ¿vinimos hasta acá para esto?”.

¿CÓMO FUE LA VIVENCIA QUE DENOMINASTE “VIETNAM”?

Mi habitación estaba en el cuarto piso, al lado del helipuerto que tenía el edificio. Todas las noches escuchaba llegar un helicóptero trayendo gente accidentada. Durante el primer mes las visitas estaban prohibidas, solo te podían venir a ver los fines de semana por la tarde. Era una especie de campo de concentración, o de internado. El primer día, a las 5 de la mañana sonaron las campanas, entró una enfermera, se acercó a mi cama y me dijo “Buen día, vestite”. Yo la miré como diciendo “¿Me estas jodiendo? ¿Cómo vestite si no puedo mover ni un dedo?”. Me tiró un lazo y me volvió a decir vestite y me mostró una técnica en la que tenía que usar la boca y no sé qué más. Estuve 4 horas intentando, llorando y puteando a esos gringos hasta que vino y me ayudó. Me llevaron al piso de abajo y ahí empezó la rehabilitación. Trajeron un libro de anatomía y me enseñaron la otra parte de la historia, la que no sabía. Simplemente me dijeron “Loco, a laburar, si queres llorar agarra la silla y ándate al jardín, debajo de un árbol y llora todo lo que quieras”. Parecía que no había ningún tipo de compasión en aquel tratamiento. Los putié mucho, después lo fui entendiendo y hoy lo agradezco porque me hicieron muy fuerte mentalmente. Venían a conversar conmigo psicólogos, gente que había estado en la guerra. Ellos son de la teoría que tenes que estar fuerte mentalmente, sin importar cómo ni para qué, te preparan como preparan a los soldados para ir a la guerra.

Ahí me hice fuerte, muy fuerte. Agarraba la silla de ruedas y me iba a llorar solo, le pegaba a ese árbol, agarraba ese lazo y me ataba los zapatos como podía. Empecé a demorar 3 horas en vestirme en vez de 4, después 2 horas y media. Comía con accesorios adaptados. Y esas puteadas que empezaron muy fuerte y muy alto, comenzaron a bajar, me fui envalentonando con los pequeños avances y de a poco me fui convirtiendo en ese guerrero de la vida que ellos querían que fuera. Entendí que la mente es todo, que a través de ella se pueden lograr cosas increíbles.

¿CUÁNTO TIEMPO ESTUVISTE EN TAMPA Y QUE AVANCES REGISTRÓ TU CUERPO FÍSICA Y MENTALMENTE?

Estuve 4 meses, el primero internado y los otros 3 viviendo en un hotel. Me pasaban a buscar como en la época del colegio, en una camioneta.

De ese lugar salió un Gustavo mucho más fuerte que aprendió a vivir con lo que tenía. Ya no me planteaba volver a caminar, me ponía objetivos de corto plazo y los disfrutaba. A los 7 meses del accidente pude volver a orinar solo, un médico me enseñó cómo estimular la vejiga, uno de los órganos más perezosos que tenemos. Abría la canilla para escuchar el ruido, ponía música y me masajeaba. Así estuve 7 meses hasta que un día salió.

Y también un día pude volver a estar en pie con un bipedestador. El lado izquierdo de mi cuerpo se recuperaba mejor, estaba menos dañado. Yo era derecho, por lo que un día le escribí una carta a mi mano izquierda que decía “Perdón mano izquierda por haberte olvidado a lo largo de estos 20 años y gracias por ayudarme hoy en día” Aprendí a hacer todo con esa mano, vestirme, ponerme un zapato, comer.

Hoy soy ambidiestro. Uso indistintamente las dos, entendí que nosotros usamos el 50, 60 por ciento de nuestra capacidad física. La parte derecha de mi cuerpo es muy débil, no tengo músculos casi, sin embargo, puedo caminar 30 cuadras gracias a un estimulador eléctrico que desarrollamos junto a Oscar Zuluaga en el año 1994. Con él viajé por decenas de países, subí al Machu Pichu, bailé en Ibiza, es como mi hermano menor que me acompaña a todos lados.

Esos pequeños logros con el tiempo me hicieron ver que tengo menos, pero lo disfruto más.

He desarrollado mucho la visión periférica, cuando llego a un lugar tengo que escanear el área para saber cómo me voy a mover, continuamente tengo que estar haciendo cálculos, cuando camino voy viendo los obstáculos, una piedra, una baldosa floja. Mi visión tiene que ser muy periférica y al serlo, estoy metiendo mucha más información en mi cerebro. Entonces, desde ese lugar, bienvenida la discapacidad porque a lo largo de estos 30 años consciente o inconscientemente le he ido metiendo mas información a mi cerebro.

PARTE 5

TAN ALTO COMO PUEDAS VOLAR

¿CÓMO ERA LA SITUACION CON LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD EN AQUEL ENTONCES EN URUGUAY Y COMO FUE TU REGRESO A CASA?

Año 1994, vimos el Mundial en el centro de rehabilitación y ya para ese entonces tenía un grupo de amigos “rengos” y me movía por el centro como Cupido motorizado en mi silla de ruedas de acá para allá. Tuve la suerte de tener facilidad para hacer amigos y empecé a pensar que, si quedaba en silla de ruedas, me quedaría a vivir en Estados Unidos. Alquilaríamos entre varios un departamentito y viviríamos felices así. En realidad, lo que me pasaba era que tenía mucho miedo de volver y que la gente que pensaba que iba a volver caminando, me iba a ver en silla de ruedas.

También pensaba en los obstáculos que en aquel tiempo había para las personas con discapacidad en Uruguay. Sin ningún tipo de accesibilidad, no iba a poder siquiera ir a la facultad. Tenía mucho miedo de todo. Cuando éramos niños y nos cruzábamos con una persona con discapacidad nuestros padres nos decían “no mires”. Mis pensamientos se iban a esos recuerdos y tenía temor que la sociedad hiciese lo mismo conmigo.

La verdad que volver fue la etapa más difícil. Pasé de estar 5, 6 meses en hospitales, a la casa de toda la vida que hubo que re adaptarla, hubo que cambiar el baño, convertirla en accesible. Yo soñaba con que iba a volver caminando y volvía en una silla de ruedas y andador. Si bien estaba contento con los avances, no volvía como quería. Me daba mucha vergüenza mi discapacidad.

Recuerdo que llegué a mi casa, que tiene una subida en la entrada y me bajé de la silla y no sé cómo hice, pero la subí con el andador. Con mucha dificultad, demoré media hora, pero entré de nuevo a mi casa caminando, como quería.

Después vino el tema de los amigos. Yo había cambiado mucho en esos meses, ya no era el Gustavo de antes. Mis objetivos y mi valorización de la vida era otra y eso mis amigos muchas veces no lo entendían. Y yo tampoco tenía muchas ganas, ni sabía cómo explicárselos. Me convencían para salir y yo pasaba mal. Me molestaban los sonidos fuertes, no me aceptaba a mí mismo y no aceptaba aquella realidad de ver a la gente alegre, después de venir de ver tanto dolor. Me sentía solo e incomprendido.

Entonces empecé a buscar gente con discapacidad y conocí un grupo de gente que hasta el día de hoy somos amigos, yo lo denominé el “grupo de los rengos”. Yo había traído de Estados Unidos mucho material para trabajar y todas las tardes Lucho Lapique me dejaba en el CASMU, en la parte de fisioterapia, de camino a la facultad y yo le daba hasta las 9 de la noche. Allí conocí a esta gente con la que me sentí identificado y protegido. Después, un día me llamó Alejandra Forlán y me hice muy amigo de ella, me ayudó a salir de la depresión en la que había caído.

Me iba a Portones Shopping, recién inaugurado y me pasaba toda la tarde caminando con el andador y cuando me cansaba me sentaba y observaba a la gente.

Cuando logré estar mejor, fui a hablar a la facultad y se hicieron unas rampas para poder acceder y allí la cosa empezó a cambiar.

¿CÓMO SEGUISTE?

Un buen día hice un pacto conmigo. Le dije a mi pierna derecha “Ya sé que no vas a mejorar, ya pasó el tiempo que tenía que pasar y no vas a evolucionar más. Nos vamos a tener que bancar uno al otro. Dame lo que vos puedas y yo trataré de bancarte a vos”. Hice un pacto de amistad. Por lo menos la tenía y con ella me podía parar.

Eso me dio paz. Me empecé a animar a salir un poco más, ya no me daba vergüenza que la gente me preguntase por mi discapacidad. Si me miraban a los ojos yo ya no bajaba la vista. Empecé a sacar el potencial del Gustavo más mental y no tanto el físico, empecé a entender que había otra parte de Gustavo que si valía la pena. Era cuestión de cambiar el chip. Como siempre digo “con las mujeres me fue mejor rengo, porque a las mismas se las conquista con palabras.”. La discapacidad me hizo pensar y analizar mucho el comportamiento de los seres humanos. A lo mejor no puedo correr, ni alzar a mi hija, pero he podido hacer otro montón de cosas y las valoro mucho más que antes.

¿CÓMO FUE EL MOMENTO EN QUE VOLVISTE A CAMINAR?

Fue en esos paseos en Portones Shopping que te contaba. En un momento dejé el andador y me agarré de una baranda que había detrás de los asientos y empecé a caminar de un lado al otro. Me sentí muy bien porque lo estaba haciendo delante de gente que no conocía, no lo hacía a escondidas. Pero lo más increíble de la historia es que el otro día se cumplieron 28 años del accidente y colgué algo en redes y una persona que no conozco me escribe: “Vos sabes que me acuerdo de vos cuando caminabas por el shopping con ese andador”.

¿CÓMO REACCIONÓ TU FAMILIA ANTE ESTA REALIDAD?

La familia es fundamental en estos casos.

Luego de un tiempo de haber regresado a Uruguay, empecé a ponerme en contacto con médicos y a ponerme a la orden para contar mi experiencia, no solamente sobre el accidente, sino también la rehabilitación en Estados Unidos, que para Uruguay era desconocido.

Y contando la historia me di cuenta de lo importante que había sido mi familia. La muerte de mi padre nos había unido mucho, siempre fuimos muy protectores unos de otros hasta el día de hoy. Somos una familia de juntarnos todos los domingos, de visitarnos. Hicimos mucha terapia familiar, mi madre en todo momento dejo en claro que si por mi situación había que vender todo, lo haría. Mis hermanos dejaron todo en la cancha, cada uno a su manera. Parte de mis logros y de mi recuperación es gracias a mi familia, sin duda. Y trato de trasmitirlo cada vez que me toca ir a contar mi historia, o cuando me acerco a familias que están pasando por lo mismo que pasamos nosotros.

¿Y TUS AMIGOS?

Cada uno a su manera, dio lo que pudo, unos más, unos menos. Alguno de los que uno esperaba menos, dieron más y al revés, pero no los juzgo. Todos estuvieron y están conmigo. Primero por lo de mi padre y después por mi accidente me cuidaron y me cuidan mucho. Disfruto mucho de la amistad y de los buenos amigos y gracias a Dios tengo muchos y son un pilar fundamental de mi vida.

¿PUDISTE FORMAR UNA FAMILIA?

Sí, a los empujones, pero la formé. Me casé hace un año y medio con Stephanie Brown que tiene 4 hijos y yo tengo a Sofía. Formamos un lindo equipo los 7.
Todo el trauma por lo de mi padre me hizo tenerle mucho miedo a esa palabra. Siempre decía que no quería ser papá, que no me quería casar. Y en el momento menos esperado, a los 42 años, del cielo prácticamente aparece mi hija Sofía. Yo no estaba casado, fue una circunstancia de la vida que estaba para mí, era el momento de ser padre y Dios me lo estaba mandando. Y así como el accidente me cambió, el nacimiento de mi hija también me cambió en cuanto a la madurez. Nunca le oculté mi discapacidad, la senté en una silla de ruedas cuando era un bebé y cuando armamos El Palomar ella estuvo presente en todo momento. Siempre digo que Sofía llegó para “prender el fuego”, ella me hizo bajar la pelota y me hizo ver que era hora de empezar a hacer cosas por los demás.
Sin duda, Sofi me hizo perder el miedo a ser papá y Fefi, a formar una familia.

¿QUÉ MENSAJE LE DEJARÍAS A LOS DEPORTISTAS DEL CLUB?

Que valoren el poder hacer deporte. Que vivan cada partido como si fuera el último. Que estén preparados físicamente, que escuchen a su cuerpo cuando te “habla” y te dice que no. Yo en aquel entonces no lo escuché y hoy te digo que si estás cansado o no estás enchufado es preferible no jugar al rugby.

En general no miro partidos de rugby, me cuesta. Tengo sobrinos que juegan en Old Boys, amigos que están muy vinculados al club, pero me costó mucho volver al club, volver a la cancha donde ocurrió y poder mirarla y pisarla. Me costó mucho volver a este colegio, fue mi hija la que me hizo volver. No encontraba colegio para ella y un día agarre coraje y vine y había 250 personas en lista de espera. Ahí les conté mi historia y el colegio se portó muy bien y a la semana mi hija pudo empezar y se generaron una serie de ideas para hacer, se colocaron estacionamientos diferenciales, también se habló de un plan de contingencia para el deporte, ya que una rehabilitación es muy costosa.

Encontré gente muy receptiva y abierta a escuchar y aprender

Entrevista: Ignacio Naón
Fotografías: Archivo Gustavo Sáenz / Archivo El Palomar / Ignacio Naón

Revista Oficial
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